Cuando el Papa Francisco habló de los hermanos y de las hermanas, leyó un salmo de la Biblia que dice que vivir con los hermanos es agradable y dulce. Y luego añadió que el tener un hermano es una experiencia fuerte, impagable e insustituible. Si lo pensamos bien, aunque seguramente a veces nos peleemos con nuestros hermanos y nos comportemos como Caín y Abel en la Biblia, la verdad es que no podemos estar sin ellos, y si están ausentes durante unos días, enseguida los echamos mucho de menos.
Viviendo cada día con nuestros hermanos y hermanas aprendemos lo que significa hacer las paces y ser libres, descubrimos lo bonito que es estar juntos aunque seamos diferentes y lo hermoso que es ayudarnos unos a otros, sobre todo a los más pequeños y débiles. ¡Ser hermanos es tan bonito que nos gustaría que todos los hombres del mundo vivieran así!
Los cristianos, en efecto, van al encuentro de los pobres y de los débiles no para obedecer a un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que todos somos hermanos.
Este es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres.
Os sugiero una cosa: antes de acabar pensemos en nuestros hermanos, en nuestras hermanas, y en silencio desde el corazón recemos por ellos.