Un día el Papa Francisco dijo que todos debíamos avergonzarnos por la pobreza que afecta a un gran número de familias en el mundo, y que ay de nosotros si permanecemos indiferentes cuando en la televisión vemos a niños que sufren por la guerra y la pobreza. La falta de alimentos, de educación, de empleo, de atención médica, son cosas terribles. Realmente tenemos que estar cerca de las familias más pobres, tenemos que rezar y actuar. Tal vez tú también conoces a una familia pobre a la que hay que confiar al Señor y ayudarla concretamente.
Y sin embargo - añadió el Papa - incluso en situaciones muy malas, las familias no se dan por vencidas y tratan de construir un mundo más bello y más humano. Mamás y papás, padres e hijos que se aman en medio del odio son un milagro del que casi nadie se da cuenta, y mucho menos los poderosos del mundo, a menudo preocupados solamente por el dinero y el poder. De ningún modo se puede renunciar a la familia en los momentos más difíciles.
Ciertamente la guerra es la «madre de todas las pobrezas», la guerra empobrece a la familia, es una gran saqueadora de vidas, de almas, y de los afectos más sagrados y más queridos.
Ciertamente los niños saben que el hombre no vive sólo de pan. También del afecto familiar. Cuando hay miseria los niños sufren, porque ellos quieren el amor, los vínculos familiares.