Cuando un hijo o un abuelo no se encuentra bien, todos en la familia están muy preocupados y tristes: lo queremos y para nosotros es difícil verlo sufrir. Sin embargo, cuando estamos juntos en los momentos de la enfermedad crece la unión entre nosotros y nos ayudamos con más disponibilidad. También las familias vecinas se asoman a la puerta y ofrecen su ayuda. A esta cercanía entre las familias el Papa la llamó "una caricia de Dios".
Jesús nos enseña cómo comportarnos ante los enfermos: siempre le traían muchos y él los curaba enseguida, sin hablar de más y sin demasiados razonamientos, incluso si no era el día adecuado según los jefes del pueblo y, por este motivo, le regañaban. El Papa quiere que toda la Iglesia tenga esta misma actitud y también vosotros, los más pequeños; por este motivo le pidió a vuestros padres que os enseñaran a cuidar y a estar cerca de los que sufren: todo aquel que no quiere ver ni encontrar a los enfermos muy pronto se encuentra con un corazón árido.
Para un padre y una madre, muchas veces es más difícil soportar el mal de un hijo, de una hija, que el propio. La familia, podemos decir, ha sido siempre el «hospital» más cercano.
El amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien: y esto va siempre en primer lugar.