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La familia, el camino principal para el futuro
El secretario del Dicasterio, Mons, Jean Laffitte, en Bélgica y en Hungría para hablar de la Carta de los derechos de la Familia, en el XXXª Aniversario



En lugar del S.E. Cardenal Peter Erdö Presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, Primado de Hungría y Arzobispo de Esztergom-Budapest, quien no pudo asistir, Mons. Jean Laffitte, Secretario del Pontificio Consejo para la Familia, había intervenido miércoles 9 de octubre en Budapest, en la Conferencia organizada por la Comisión de la Familia y por la Conferencia Episcopal de Hungría en el 30º Aniversario de la Carta de los derechos de la Familia.

Mons. Laffitte había intervenido , sobre el tema de la lectura de la Carta de los derechos de la Familia en el Magisterio de la Iglesia Católica y en la comparación con el Derecho Canónico y el Derecho civil también el martes 1ª en Estrasburgo, en el Centro Europeo de la Juventud del Consejo de Europa, con el tema: "La familia, sujeto de derechos".
«La mayoría de los Sínodos post-Vaticano II y los documentos post-conciliares han estado dedicados al papel de la familia en el mundo contemporáneo», afirma Mons. Laffitte. En particular, la Constitución pastoral Gaudium et Spes y la Encíclica "Humanae Viatae", ponen la atención a aspectos "alarmantes" sobre la sexualidad moderna, en la perspectiva cristiana, como el defenderse de practicas anticonceptivas y la disolución de los lazos matrimoniales y familiares. «En la visión de Juan Pablo II, la familia no era suficientemente conocida en su identidad y en su naturaleza social, sino reducida de manera simple en su modo de expresión y en el desarrollo de los afectos».
Para entender el contexto cultural en el cual nació la Carta de los Derechos de la Familia, para Mons. Laffitte, es necesario hacer referencia a la Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio", del 1981, desde la cual ha surgido el mismo Pontificio Consejo para la Familia y el Instituto de Estudios sobre el Matrimonio y Familia, llamado así por el mismo Juan Pablo II. En los liniamenta pre-sinodales del 1979, está presentada la finalidad de la Carta, en un momento histórico en el cual «la familia es objeto de numerosos ataques, que buscan destruirla y por lo tanto deformarla radicalmente», y esta fase histórica aún no ha terminado aún sino que ha empeorado.
El principio fundamental es que «la familia es sujeto de derechos y deberes que preceden a los del estado». Así, se lee en la "Familiaris Consortio" 46: «La Iglesia defiende abierta y vigorosamente los derechos de la familia de la usurpación de la sociedad y del Estado». «La familia es parte de la persona humana, que es el titular de los derechos inviolables. Desde el punto de vista antropológico, la familia pertenece a la identidad misma de la persona, que es una extensión, y lugar de la plena realización personal, a tal punto que, en la familia, a través del don de la vida, nuevas vidas vienen a la existencia». La familia, por lo tanto, no es una institución entre tantas, a disposición de los árbitros del derecho positivo y de las modas de las culturas políticas. «El ataque a la familia es un ataque a la misma persona humana».
 
La familia «es una sociedad natural, de hecho, la célula fundamental de la sociedad». Los padres Sinodales han enumerado cuales son los principales derechos de la familia en cuanto sujeto social: el derecho de existir y de progresar como familia, es decir, e derecho de todo hombre, incluso y sobre todo si es pobre, a fundar una familia y de ser ayudado si no tiene los medios para sostenerla; el derecho de transmitir la vida y educar a los hijos; el derecho a la intimidad y a la estabilidad conyugal; el derecho de creer y de profesar la propia fe; el derecho de educar a los hijos según las propias tradiciones y valores religiosos y culturales, con los instrumentos, medios y las instituciones necesarias; el derecho a tener una vivienda adecuada para vivir de manera digna; el derecho de asociación y representación ante las autoridades públicas y de crear asociaciones con las otras familias e instituciones, para desarrollar de manera adecuada y solícita su propia tarea; el derecho de proteger a los menores de medicamentos nocivos, del uso de las drogas, de la pornografía, del alcoholismo, y así sucesivamente; el derecho de una recreación honesta; el derecho de los ancianos a una vida digna y a una muerte digna; el derecho de emigrar como familia para buscar una vida mejor.
 
La visión antropológica que subyace a la familia en la concepción cristiana «se resiste a reducir la persona humana a un individuo solitario, al igual que el individualismo de la cultura actual», dice el Secretario del Dicasterio. «El ser humano está llamado a la vida social desde el principio de su existencia y crece y realiza su propia vocación personal en relación con los otros» (“Libertatis Conscientia"32, Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe). Y por lo tanto, «cada familia tiene un valor único, en el ámbito antropológico y social» y «los derechos de la familia son estrechamente derechos humanos». «Si la familia es autentica comunión de personas, su realización depende estrechamente del pleno reconocimiento de los derechos de los individuos que la componen, incluido el derecho a una misma familia». Y, como pedía Juan Pablo II,«la Carta de los Derechos de la Familia representa un programa de trabajo completo y articulado todos quienes, de acuerdo a su capacidad creen y están interesados en los valores y necesidades de la familia».
 
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