Con José es fácil entrar en la dimensión intima de la oración. Las que siguen, entre las muchas posibles, son las palabras de un padre que habla del hombre justo, el esposo de María, capaz de oír la voz de los ángeles y someterse a la voluntad de Dios.
Señor, esta vez es un padre el que toma la palabra. Para orar en el día de la celebración de José, el padre justo, la sólida columna de la casa de Nazaret, el esposo de María, el padre casto de Jesús, tu Hijo. Qué difícil es la oración de los padres. Es escasa, pobre, apenas visible. A los padres, a menudo, les basta con dirigir la mirada hacia arriba, un suspiro contenido, una arruga acentuada. Pero también los padres oran, piden, esperan, y mi oración es para los demás: para mis hijos, en primer lugar, para los seres queridos de casa, para mi mujer que no es solamente madre. Para saber cómo ha de rezar un padre, Señor, me acerco a José. Como él, también yo soy padre y me gustaría aprender a reconocer los discretos signos de los ángeles; aprender a creer en la Palabra escuchada en el anuncio y guardarla cuidadosamente para así poder obedecer. A igual que José, me basta el amor de esposo para creer en el misterio de la vida que se le confía a una carne frágil y a la fatiga de las manos, me basta para poder resistir a las amenazas de Herodes, para proteger la vida, con el trabajo silencioso. Señor, también los padres conocen la desolación, como José, cuando pensaba repudiar a María, y se mantuvo como una roca, porque él confiaba en ti y tu le visitaste en sueños para reconfortarlo. Dame la fe de José, Señor, y visita también mis noches y dame el valor suficiente para no tener miedo a la vida, y aceptar todo lo que viene de Ti. San José, bendito seas, quédate cerca de mí. Y, que al estar a tu lado, pueda estar cerca de la Virgen Madre y del Hijo del Altísimo. AMEN