Esta noche Jesús pronuncia palabras valiosísimas. Jesús sabe que ha llegado la hora. Sabe que el Padre le ha dado todo. Sabe que viene de Dios y que vuelve a Dios. La plena comunión con el Padre es la fuente de su paz, incluso en el momento de la angustia. Se habla de la muerte diciendo que todo "pasa al Padre", haciendo Pascua.
En este día no se celebra la Misa con el pueblo, sino con toda la comunidad y se celebra al atardecer. Solemnidad e intimidad con Jesús en las últimas horas de su vida, horas en las que realiza grandes cosas: la Eucaristía ("este es mi cuerpo ... esta es mi sangre") y el sacerdocio ministerial ("haced esto en memoria mía") que además nos muestra cómo debemos vivir este sacerdocio ("vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros "). Su mandamiento ("Amaos los unos a los otros") y su testamento ("Que sean uno y que el mundo conozca que Tú los has amado"). En una palabra, como dice Juan, "los amó hasta el extremo": hasta el último momento, hasta la última gota de sangre. Más no era posible, ¡incluso para Dios! Un Dios de rodillas ante nosotros, para lavarnos los pies. El gesto de Jesús es un sacramento, un signo que hace presente el momento. El Evangelio de Juan no narra la Última Cena, y el lavatorio de pies ocupa su lugar, lo mismo que cuando remplaza las palabras sobre el pan y el vino. El gesto es el de un siervo, un gesto que purifica y libera, infinitamente misericordioso. Una misericordia divina dada a todos, incluso a Judas, citado de forma anónima al final. Incluso a Judas, que lo traicionó, le lava los pies. Antes de lavar los pies Jesús se quita la ropa y luego vuelve a tomar sus vestidos. Es el abajamiento que precede el ensalzamiento, la humillación antes de la manifestación de su señorío.