El corazón del cristianismo, la primera formulación de la fe, se resumen en una sola palabra: eghèrthe, "ha resucitado". Esta es la pequeña "semilla" de la increíble cosecha que se recogerá en los siglos futuros. Jesucristo, crucificado y resucitado, es la única respuesta que contiene la semilla de nuestra propia resurrección. Los primeros cristianos estuvieron tan impresionados y fascinados por este hecho que repetían a menudo, sobre todo durante la celebración eucarística, esta apasionada invocación: "Marana tha. Ven, Señor". Incluso las iglesias se construían orientándolas hacia oriente, donde sale el sol, símbolo del Señor portador del día sin ocaso.
Podemos leer en Mulieris Dignitatem: "Las mujeres son las primeras en llegar al sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras que oyen: «No está aquí, ha resucitado como lo había anunciado». Son las primeras en abrazarle los pies. Son igualmente las primeras en ser llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles. (...) María de Magdala es la primera que encuentra a Cristo resucitado. (...)Por esto ha sido llamada «la apóstol de los apóstoles». Antes que los apóstoles, María de Magdala fue testigo ocular de Cristo resucitado, y por esta razón fue también la primera en dar testimonio de él ante de los apóstoles”. (MD 16).