En su homilía del Viernes Santo, el padre Raniero Cantalamessa, Predicador Pontificio, habló de la misericordia en la familia. También en ella, de alguna manera, como en todo el mundo entre los pueblos, hay que pasar del deseo de venganza a la respuesta de Jesús en la cruz. Presentamos algunos extractos de la meditación.
Se ha dicho que "el mundo será salvado por la belleza" (Dostoievski, El idiota, Parte III, capítulo 5); pero la belleza también puede llevar a la ruina. Hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos. Ella puede salvar, en particular, la cosa más preciosa y más frágil que hay en este momento en el mundo, el matrimonio y la familia. Sucede en el matrimonio algo similar a lo que ha sucedido en las relaciones entre Dios y la humanidad, que la Biblia describe, justamente, con la imagen de un matrimonio. Al inicio de todo, decía, está el amor, no la misericordia. Esta interviene solamente después del pecado del hombre. También en el matrimonio al inicio no está la misericordia sino el amor. Nadie se casa por misericordia, sino por amor. Pero después de años o meses de vida común, emergen los límites recíprocos, los problemas de salud, económicos, de los hijos; interviene la rutina que apaga toda alegría. Lo que puede salvar un matrimonio de resbalar en una bajada sin subida es la misericordia, entendida en el sentido que impregna la Biblia, o sea, no solamente como perdón recíproco, sino como un “revestirse de sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de magnanimidad”. (Col 3, 12). La misericordia hace que al eros se añada el ágape, al amor de búsqueda, aquel de donación y de compasión. Dios “se apiada” del hombre (Sal 102, 13): ’no deberían marido y mujer apiadarse uno del otro? ’Y no deberíamos, nosotros que vivimos en comunidad, apiadarnos los unos de los otros, en vez de juzgarnos? Recemos. Padre Celestial, por los méritos de tu Hijo que en la cruz “se hizo pecado” por nosotros, haz desaparecer del corazón de las personas, de las familias y de los pueblos, el deseo de venganza y haz que nos enamoraremos de la misericordia. Haz que la intención del Santo Padre al proclamar este Año Santo de la Misericordia, encuentre una respuesta concreta en nuestros corazones y que todos podamos experimentar la alegría de reconciliarnos contigo en lo más profundo del corazón. ¡Que así sea!