Con gran alegría damos inicio al VI Encuentro mundial de las familias, que como sabemos se desarrollará en tres momentos: Congreso teológico-pastoral, fiesta de los testimonios y solemne concelebración eucarística.
Nuestra alegría es la alegría de los hermanos que se reúnen, la alegría de la familia de Dios que converge aquí en un solo lugar de cinco continentes.
Hemos venido de muchos países, algunos con un viaje fatigoso y costoso, y por ello merecedores de mayor gratitud. Representamos diversos pueblos y culturas, diversos miembros del pueblo de Dios, obispos, sacerdotes, personas consagradas, laicos, sobre todo; están presentes y están representadas las familias, célula vital de la Iglesia y de la sociedad.
Somos muchos y somos uno en virtud de Cristo y de su Santo Espíritu, autor de la variedad y de la unidad. Por esto nos saludamos con mucho afecto, con un abrazo ideal de fraternidad y de paz.
Dirigimos un saludo especial, respetuoso y caluroso al señor presidente de la República Mexicana, Felipe Calderón, y a su señora esposa Margarita Zavala, quienes nos honran con su presencia.
Su presencia testimonia la importancia de la familia para el pueblo mexicano, así como el generoso y festivo espíritu de acogida de esta noble nación.
Nos encontramos aquí, juntos, después de una larga preparación espiritual y organizativa, que ha involucrado a muchas realidades eclesiales y civiles, a las cuales debemos estar agradecidos.
Sin embargo, merecen un especial agradecimiento, del todo particular, el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo de esta ciudad, que nos acoge espléndidamente.
El comité organizativo que él ha constituido, las instituciones públicas que han agilizado la organización, los generosos voluntarios, el Centro Bancomer que nos da hospitalidad, los conferencistas que nos donarán su competencia y, en fin, no puedo olvidar a mis óptimos colaboradores del Consejo pontificio para la familia; la más intensa gratitud al Santo Padre Benedicto XVI, que en numerosas ocasiones ha mostrado considerar a la familia una prioridad decisiva para el futuro de la sociedad y de la Iglesia y ha puesto en el centro de su magisterio la promoción de los valores humanos y cristianos en nuestra cultura posmoderna, enferma de individualismo y relativismo. El Papa ha querido ser representado en nuestro Encuentro mundial por el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, su más cercano colaborador; además intervendrá personalmente con un videomensaje grabado y con una conexión televisiva directa durante la misa conclusiva.
Nuestro recuerdo agradecido se dirige espontáneamente al siervo de Dios Juan Pablo II, que tantas veces visitó esta querida nación. Él indicó a la familia como el primer y principal camino de la Iglesia, instituyó los encuentros mundiales de la familia y merecidamente ha sido llamado el Papa de la familia.
Junto con él queremos recordar al cardenal Alfonso López Trujillo, quien fue dieciocho años presidente del Consejo pontificio para la familia. Fue un intérprete fiel del magisterio de Juan Pablo II y un colaborador incansable, que gastó todas sus energías al servicio de la familia con generosidad y valentía hasta el último momento de su enfermedad.
Y ahora alguna palabra para introducir el tema propuesto por el Santo Padre Benedicto XVI para este VI Encuentro mundial: "La familia, formadora en los valores humanos y cristianos". La familia es la escuela más eficaz de humanidad y de vida cristiana; transmite los valores humanos y cristianos según su modo, propio y peculiar.
Se basa en el ejemplo y en el testimonio, en la experiencia y en el ejercicio cotidiano. Por esto, los valores no permanecen teóricos y las normas no son percibidas como una imposición; valores y normas son interiorizadas como exigencias de la vida personal, como la verdad que hace auténticamente libre; se convierten en energías espirituales y virtudes.
En nuestro encuentro mundial, el tema: "La familia, formadora de los valores humanos y cristianos", se estudiará desde muchas perspectivas y en relación a los desafíos y a las oportunidades de nuestro tiempo. Se harán evidentes una complejidad de aspectos y de situaciones.
Sin embargo, se confirmará una certeza: la familia es un gran bien para la persona y para la sociedad. Por esta razón, nosotros concluiremos nuestro encuentro celebrando a la familia como un maravilloso don de Dios, un don que el error y el pecado de los hombres frecuentemente oscurecen y deforman, pero que la gracia de Cristo cura y renueva continuamente. Proclamaremos el Evangelio de la familia, la familia cristiana como buena noticia no solamente un ideal, sino sobre todo un hecho real, verificado y verificable en muchos hogares en los que se percibe tangiblemente la presencia de Cristo, de acuerdo con su promesa: donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos. En los que se entrevé un reflejo de Dios, unidad perfectísima de tres personas, de Dios, que según el Documento de Aparecida, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia.
Todos somos conscientes de que la misión formadora de la familia encuentra hoy gravísimas dificultades. El Santo Padre en la carta a la diócesis y a la ciudad de Roma del 21 de enero de 2008 hablaba de emergencia educativa y de fractura entre las generaciones, debido a la confluencia de varias causas y, en una medida relevante, a la difusión del relativismo que insinúa la duda, respecto a la verdad y al bien. Si se minusvaloran las certezas esenciales, observaba el Papa, se hace difícil transmitir de una generación a otra reglas de comportamiento, objetivos creíbles, en torno a los cuales construir la propia vida.
Pero también se hace difícil vivir, crece el malestar existencial y social, entonces, la necesidad de certezas y de valores, continuaba el Papa, vuelve a sentirse de modo urgente. Así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal. La solicitan los padres, la solicitan tantos profesores, la solicita la sociedad en su conjunto, la solicitan en lo más íntimo los mismos muchachos y jóvenes; paradójicamente, aquello que constituye una dificultad y un desafío para la educación hace emerger un intenso deseo de ella y una renovada oportunidad.
Esta lectura de la situación cultural contemporánea hecha por el Santo Padre confirma cuánto sea actual el tema de este Encuentro mundial de las familias y nos estimula a comprometernos con confianza, inteligencia, amor y perseverancia, confiando en la gracia de Dios y en las exigencias profundas del corazón humano.