Ha concluido el Convenio interdisciplinar sobre la crisis de la alianza ente generaciones, promovido por el Pontificio Consejo para la familia (15 y 16 de noviembre de 2013)
La incomodidad de los jóvenes de hoy -ha dicho el Presidente del Dicasterio, mons. Vincenzo Paglia, en la introducción a la primera jornada del convenio interdisciplinar promovido en Roma por el Pontificio Consejo para la Familia, el viernes 15 y el sábado 16 de noviembre de 2013, con el título: "‘He recibido, he transmitido‘. La crisis de la alianza entre las generaciones"- no está causada por una excesiva presencia del padre, de la autoridad de los padres, como sucedía hasta hace algunos años sino, por el contrario, "por la ausencia, en particular la evaporación o el ocaso del padre". "Los hijos son como Telémaco, que espera en la orilla del mar el retorno del padre, en lugar de ponerse en marcha para irlo a buscar". Los adultos están faltando a su cita con su responsabilidad de transmisión, de la vida, de lo humano y de la fe. Pero esta ruptura entre la alianza entre las generaciones está relacionada con la ruptura de la alianza con Dios. También, como un círculo vicioso, para el teólogo mons. Franco Giulio Brambilla, obispo de Novara, "transmitir la fe se ha vuelto difícil, simplemente porque ha entrado en crisis la misma generación de lo humano, la transmisión de la calidad humana de la vida". La generación de lo humano presenta "rasgos de enfermedad y requiere pasar de una libertad disipativa a una libertad generativa".
El ejemplo de Telémaco ha surgido en varias intervenciones, en las dos jornadas del Convenio. Para el psicoanalista Massimo Recalcati, "hay una transformación ética de la paternidad, en su fragilidad". Recalcati (como también el psicoanalista Francesco Stoppa), se ha referido a la novela de Cormac McCarthy "El camino" como metáfora de lo que sucede en la sociedad contemporánea con las relaciones entre padres e hijos, en una concepción de la "herencia no sólo como transmisión de los bienes o de los genes, sino como consigna de los testimonios de vida". El padre no es ya un educador, sino aquel que protege la vida, que cuida del hijo. En este sentido, en la ausencia del padre parecen estar las bases para su retorno. "La Odisea se abre con una Telemaquia, con el viaje de Telémaco en busca de su padre Ulises, afrontando peligros en los que arriesga su vida". Como ha confirmado Cacciari, "el heredero es también un huérfano", y por lo tanto el paso del testigo tiene lugar con la separación de los padres y la aceptación de la herencia. "El hijo tiene la misión de tutelar la herencia, y los padres, como Abraham, tienen la misión de garantizar el cuidado en la presencia absoluta: ‘Heme aquí’, dice el padre al hijo". "La herencia es un movimiento activo, que reconstruye la alianza entre las generaciones".
En la historia de la libertad del hombre, para el sociólogo Mauro Magatti, la crisis de la alianza entre las generaciones pertenece a la adolescencia, que consiste en "una idea de libertad y de poder como prepotencia y omnipotencia: "poder hacer todo lo que se quiere". Una vez declarado que Dios ha muerto, el hombre reivindica para sí la omnipotencia de Dios" y se convierte en prepotente, individualista y narcisista. Para pasar a la edad adulta es necesario "volver hacia una idea de libertad como deposición, es decir, como la capacidad de ceder parte de la potencia para generar la vida", y por lo tanto, una idea "generativa" de libertad, basada en una pulsión de vida, y no en el "consumo", es decir, en una pulsión de muerte.
La historiadora Margarita Pelaja ha reconstruido el recorrido de las relaciones familiares. Fue el derecho romano quien fundió jurídicamente el matrimonio como institución. Pero, "la primera gran transformación la hizo el Cristianismo, que introdujo tres elementos constitutivos: ‘sexo, publicidad, indisolubilidad‘". Durante muchos siglos "las relaciones entre padres e hijos han sido gobernadas por las leyes del padre". El pater familias tenía "el poder absoluto, de vida y de muerte", sobre todos los miembros de la familia, y "hasta el Cristianismo no había ninguna consideración hacia la infancia". E incluso "durante toda la edad medieval y moderna, la educación y la socialización de los niños y de los adolescentes no eran tareas reservadas a los padres naturales". De hecho, "las mujeres, esposas antes que madres, en la representación social y en la percepción de los vínculos familiares, confiaban los recién nacidos a criadas y siervas". El cambio de civilización tiene lugar en el siglo dieciocho: se reconoce "la función insustituible del cuidado materno en las características del niño", y se establece una nueva relación entre madre e hijo. "También en la experiencia emotiva y real de los hijos, el vínculo con los padres ha conquistado una nueva visibilidad y una nueva duración: no se rompe ni se diluye con la edad adulta y con la formación de un nuevo núcleo familiar, al contrario, invierte el sentido, redistribuye la responsabilidad de cuidado". Hoy, "se deja de ser hijos más tarde, con frecuencia cuando se es no sólo padres, sino abuelos". La familia se ha convertido, así, "en el espacio especializado de la afectividad". Pero "en este paso algo se ha perdido". Ha tenido lugar un "cambio de los roles paternales y la familia se ha transformado".
Para mons. Pierangelo Sequeri, es necesario reconstituir la relación entre "trabajo y afecto", en el doble sentido, de un trabajo en el afecto y del afecto en el trabajo. "Del sentimiento de amor se habla mucho, incluso demasiado -afirma el teólogo-, pero es el amor como reflejo de sí en el otro, como emoción espontánea, y por lo tanto como narcisismo. Es el amor cortés, de las fábulas, o quizá trágico, que goza con su mismo tormento. Es el amor al amor". "Por casualidad se descubre el amor de la propia vida, por fatalidad se pierde y se sufre por amor: la categoría dominante es la fortuna". En cambio, "la edad madura viene con el abandono del mito del amor adolescente interminable como condición del amor feliz y el redescubrimiento del trabajo del afecto, en el amor que dura".