El hombre y la mujer, sentados en un banco, uno al lado de la otra, estrechan los brazos para sostener juntos a su hijito, un nudo vital entre ellos, un vínculo permanente. Las rodillas levantadas y los bustos ahuecados forman una especie de nido acogedor: la familia es el santuario de la vida. Las dos figuras monumentales, con el busto majestuosamente erecto y los hombros amplísimos, no tienen carácter individual, sino que son esenciales, universales, arquetípicas. Las formas túrgidas parecen plasmadas por una intensa energía interna, como si en ellas se concentrase la inagotable fecundidad de la naturaleza. Están giradas hacia delante y, al mismo tiempo, también una hacia la otra. La posición casi frontal acentúa su solemnidad y sacralidad. En el vínculo conyugal y en la nueva vida que brota se hace presente la fuente primera del amor y de la vida, Dios mismo.