La familia es el contexto en el que nace la experiencia de la fraternidad, es el lugar en el que se reconoce al otro como hermano. En la familia se aprende a vivir la pertenencia a un vínculo común que es un proyecto de amor. La generosa presencia de la madre y del padre educa a los hermanos para que puedan reconocerse recíprocamente y se abran a los demás. La familia es la primera cuna en la que aprendemos a con-vivir con las diferencias: el masculino y femenino descubren que tienen un origen común, y en su relación con los padres y en la apertura a la alteridad se reconocen como portadores de una promesa de nueva fecundidad. Es igualmente en la familia donde los hermanos aprenden la lealtad que une a las diferentes generaciones, y dicha lealtad les otorga dones y tareas. Si pueden contar con el amor incondicional de la madre y del padre, en su momento, cuando llegue la hora podrán cuidar de sus padres ancianos como hermanos.
El Papa Francisco nos recuerda que el "vínculo de fraternidad que se construye en la familia entre los hijos, si se lleva a cabo en un clima de educación abierta a los demás, es la gran escuela de la libertad y de la paz." Por este motivo, podemos pensar que el gran árbol de la sociedad global producirá frutos de paz y convivencia entre los géneros y las generaciones, entre los pueblos y las culturas sólo si está profundamente arraigado a la vida familiar.
La familia, "que introduce la fraternidad en el mundo" colateralmente está llamada a interrogarse sobre el espacio que deja disponible a la fraternidad. La familia ha de discernir sobre la manera en la que ejerce la maternidad y paternidad: ambas han de ser responsables y generosas. En el contexto actual que ejerce presión sobre la contención de la fertilidad y el diferimiento en la generación de los hijos, la familia está llamada en esta cultura y en favor de esta sociedad a tomar opciones proféticas, novedosas y originales, que concedan suficiente espacio a los hijos y así estos puedan experimentar el don de la fraternidad.
Encontrando a las familias hace unas semanas con motivo del décimo aniversario del nacimiento de la asociación en Italia, el Papa Francisco recordó cuán valiosa es la experiencia de la fraternidad: "Vosotros, niños y niñas, sois el fruto exclusivo del amor, venís del amor y crecéis en el amor. Sois únicos, ¡pero no estáis solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas es bueno para vosotros: los hijos e hijas de una familia numerosa están muy capacitados para la comunión fraterna ya desde la primera infancia. En un mundo a menudo marcado por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad e intercambio; y estas actitudes contribuyen al bien de toda la sociedad ". Obviamente para que la familia pueda vivir su vocación debe contar no sólo con el apoyo del "pequeño círculo" de sus amigos, sino también con el apoyo efectivo de políticas familiares y la cercanía de la comunidad eclesial.
El Pontífice, en la catequesis sobre la fraternidad, después de cantar con el salmista la belleza de los lazos fraternos "¡Cómo es maravilloso estar con los hermanos!" (Sal 132,1), abordó los desafíos y fatigas relacionados con la experiencia de la fraternidad: una experiencia humana que es una cruz y una delicia al mismo tiempo. La misma Escritura ofrece enternecedoras páginas sobre la fraternidad junto a narraciones dramáticas de celos y contiendas fraternas. La trágica historia de Caín y Abel nos pone ante una realidad de la vida humana: no sólo se puede estar triste por la propia maldad, sino que uno también se puede entristecer por el bien del prójimo. En lugar de provocar alegría, a veces se da entre hermanos, que el bien provoca tristeza; en vez de gratitud, celos, envidia, rivalidad. La sabiduría bíblica nos invita a elegir la fraternidad como una vocación a realizar y no como un derecho a reclamar.
Sabemos que ante Dios las jerarquías humanas no tienen valor, aún más, a veces Él se ocupa de desbaratarlas. Esto sucede muchas veces en la historia de los patriarcas. Humanamente hablando, el segundo hijo debía estar sometido al primogénito, pero Dios invierte este orden, porque para Él no son importantes las jerarquías humanas. La nueva economía de Dios estará basada en la elección.
También hay otra manera de negar la fraternidad: el asesinato no sangriento: la indiferencia general. Lo primero que hace Caín es negar su responsabilidad, desentenderse de su hermano. Recordemos la analogía con la primera pregunta de Dios: "Adán, ”dónde estás?". La respuesta de Adán acusa inmediatamente a la mujer. Negar la fraternidad predispone a acusar a su hermano o a negar su existencia a través del desinterés. Ciertamente Caín, suprimiendo a su hermano, ha optado por la soledad, y sólo se quedará. No ha sido Dios quién lo ha condenado a la soledad, es Caín el que se condena a sí mismo al suprimir la relación con su hermano. El reconocimiento de la fraternidad requiere emprender el camino del éxodo: de la esclavitud de estar sólo a la tierra prometida de la solidaridad.
La relación entre hermanos, que se da en la familia, da frutos en la fraternidad cristiana. De hecho, la palabra hermano y hermana, además de definir unos lazos familiares, expresa una misma pertenencia social y religiosa. Entre los bautizados, no sólo indica un mismo origen, sino un vínculo de fraternidad de Cristo con cada uno de ellos y, por lo tanto, un vínculo de fraternidad entre todos. La fraternidad de Cristo con sus discípulos y la fraternidad de los discípulos entre sí se extendió y dio lugar a la fraternidad con todos los seres humanos: éstos no solo pertenecen a la raza humana, sino que son alcanzados por el amor de Dios en Cristo Jesús. En este sentido, la fraternidad cristiana no se plantea en términos de exclusividad, sino al servicio de todos los hombres. La fraternidad cristiana, por lo tanto, no pertenece sólo al mundo de los sentimientos ni solamente a la escala de los valores fundamentales, sino que es el don y el fruto de la Pascua de Cristo, el Primogénito de una multitud de hermanos.
La fraternidad que nace de dar a luz a hijas e hijos está al origen de la vocación que hacer brillar la fraternidad para toda la vida, hasta el día en que Cristo volverá para reunirnos a todos como hermanos.
Don Edoardo Algeri
Consejero eclesiástico de la Confederación Italiana de Consejeros familiares de inspiración cristiana