Las palabras del Papa Francisco en la audiencia general del 4 de marzo han resonado como un eco en los corazones de millones de creyentes y de personas de buena voluntad.
Una mejor alimentación y el fácil acceso a la atención sanitaria han aumentado la duración de la media de vida de un sinnúmero de ciudadanos, a niveles nunca imaginados. En este sentido, estamos agradecidos por tal bendición, y hacemos todo lo posible para garantizar que estos beneficios estén a disposición de toda la familia humana.
En el pasado las cosas eran diferentes, ya que la tasa de natalidad era mucho más elevada y la longevidad mucho más reducida. Era raro que vivieran más allá de la edad de 70 años, por este motivo, los ancianos eran por lo general física y mentalmente sanos, y en su gran mayoría se valían por sí mismos, y a los miembros jóvenes de la familia les bastaba con velar sobre ellos.
Hoy, para muchos, ya no es así; y si tenemos en cuenta la asistencia profesional requerida por los ancianos, así como las crecientes exigencias de la vida y del trabajo de las generaciones más jóvenes, vemos cómo muchas sociedades, para satisfacer las necesidades de los ancianos, han creado centros institucionales y hogares de ancianos, donde un equipo de profesionales, económicamente retribuidos, se ocupa del bienestar físico, emocional y sanitario de los ancianos. Muchos profesionales de la salud lo dan todo para cuidar de nuestros ancianos y la verdad es que lo hacen muy bien.
Sin embargo, nuestro Santo Padre tiene razón. Hablando como un profeta advierte y denuncia el creciente pecado de abandono de los ancianos. El pecado en el que padres, madres, tíos y tías, por ejemplo, se dejan en gran parte o en su totalidad, a la atención de los profesionales, mientras que los jóvenes están muy ocupados no sólo con el trabajo, sino también con la diversión, y esto a costa de cuidar a sus ancianos. ¡Qué solos están! ”Qué ha pasado con la piedad filial? ”Por qué la virtud que resulta de la práctica del cuarto mandamiento, en el que se nos dice "Honra a tu padre y a tu madre", no sólo ha pasado a ocupar el último lugar de nuestras vidas sino que ha sido totalmente ignorada? ¡Qué tragedia!
Las personas mayores tienen derecho a nuestro amor. Son nuestras raíces y son una fuente de enriquecimiento para todos nosotros y para la sociedad. Las personas mayores no son una carga y responder a sus necesidades nos da la verdadera felicidad, porque en el amor continuamos a enriquecernos con su sabiduría. Mejor que nadie, los ancianos saben transmitir a las generaciones futuras los frutos de su madura experiencia humana y espiritual.
Que las palabras del Santo Padre nos iluminen para responder a nuestra solemne vocación de honrar a nuestros ancianos.
Catherine Wiley
Presidente Catholic Grandparents Association