Se trata de un "deber", el "alzar la voz de la familia - tesoro inagotable y patrimonio universal – para que ésta sea protegida, promovida y apoyada por políticas verdaderamente eficaces y consistentes". Habló de ello el presidente de la CEI, el cardenal Angelo Bagnasco, en su discurso de apertura en el Consejo Episcopal Permanente, reunido del 25 al 27 de enero.
"Cada vez se hace más presente, en la sensibilidad de la gente, - continuó - el amor y la convicción de que la familia, como la prevé nuestra Constitución, es el fundamento y el centro del tejido social, el punto de referencia, el lugar donde recibir y dar calor, donde uno sale de sí mismo para encontrar al otro en la belleza de la complementariedad y en la responsabilidad de generar, amar y hacer crecer nuevas vidas. Por lo tanto cada Estado asume los derechos y obligaciones de la familia fundada en el matrimonio, porque reconoce en ella no sólo su futuro, sino también su estabilidad y prosperidad. Esperamos que en la conciencia colectiva nunca venga a menos la identidad propia y única de esta institución que, en su calidad de sujeto titular de derechos inviolables, encuentra su legitimación en la naturaleza humana y no en ser reconocida por el Estado. No es, por lo tanto, para la sociedad y para el Estado, aunque la sociedad y el Estado son para la familia”.
"Se ha concedido - continuó - una atención especial y un acalorado debate al frente vital de la familia. No estaría mal recordar que los Padres fundadores nos han confiado un valioso tesoro, que todos tenemos que apreciar y cuidar como el patrimonio más querido y preciado, conscientes de que “no puede haber confusión entre la familia querida por Dios y cualquier otro tipo de unión". En este cofre de relaciones, generaciones y géneros, de humanismo y de gracia, hay un diamante: los hijos. Su verdadero bien debe prevalecer sobre cualquier otro, ya que son los más débiles y más expuestos: jamás son un derecho, puesto que no son cosas que se producen; tienen derecho al respeto y, sobre todo, a la seguridad y a la estabilidad. Necesitan un microcosmos completo con sus elementos esenciales, han de respirar un aire puro: ‘Los niños tienen derecho a crecer con un papá y una mamá. La familia es un hecho antropológico, no ideológico’".
El cardenal Bagnasco subrayó que "los obispos están unidos y firmes para compartir las dificultades y las pruebas de la familia y reafirmar su belleza, su centralidad y su unicidad: insinuar contraposiciones y divisiones significa no amar ni la Iglesia ni la familia. Como mensajeros y heraldos del Evangelio de la familia y del matrimonio, no sólo creemos que la familia es ‘la Carta constitucional de la Iglesia’, sino que además soñamos con un ‘País de tamaño familiar’, donde el respeto por todos sea el estilo de vida, y los derechos de cada uno estén garantizados en los diferentes niveles de acuerdo a la justicia. La justicia, de hecho, es vivir en la verdad, reconociendo las diferentes situaciones por lo que son, y sabiendo que – como subrayó el Santo Padre – ‘aquellos (...) que viven en un estado objetivo de error, continúan siendo objeto del amor misericordioso de Cristo, y por lo tanto de la Iglesia'. Los creyentes - concluyó - tienen el deber y el derecho de participar en el bien común con la serenidad del corazón y un espíritu constructivo, como reiteró solemnemente el Concilio Vaticano II: corresponde a los laicos ‘inscribir la ley divina en la vida de la ciudad terrena. Han de asumir sus responsabilidades a la luz de la sabiduría cristiana y con una atención respetuosa a la doctrina del Magisterio".