Viene hacia nosotros vestido de militar con una hermosa sonrisa y unos ojos brillantes. Después de la cena, junto al fuego, me cuenta, cara a cara, cómo vive cada día en el frente, donde en cualquier momento se puede encontrar con la muerte. En un momento dado me mira fijamente a los ojos y me dice: “No tengo miedo a morir, porque Jesús murió por nosotros. “Padre, si quieres, ¡aparta de mí este cáliz! Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Me conmovió profundamente, y me dije dentro de mí: esta es la fe cristiana, esta es nuestra fe, todo el que cree en Jesús tiene vida eterna. ¡Qué testimonio! ¡Dios mío!

Me cuenta que, cada día, antes de dar un paso, piensa, "pero con este paso muchos podrían morir; siento que Dios me guía".

"No me importa lo que comemos, - continua el joven - lo que bebemos (incluso si es sabido que se come mal), ni si hace frío; lo importante es que todos estemos bien por dentro porque tenemos fe y confiamos en Jesús. Llegará el día en que volveremos a casa para estar con nuestras familias, con la cabeza bien alta, con la esperanza de que este desastre que ha caído sobre nosotros y sobre nuestro pueblo un día acabará. Parece que Dios está probando nuestra fe en Él y en la vida eterna, nos hace vivir muchas virtudes como la paciencia, la perseverancia; esperamos que en cada dificultad que aparece ante de nosotros se refuerce nuestra fe, y así podamos vencer el mal".

No puedo ocultar que no dormí esa noche, pensando en él, en lo absurdo de la guerra.

A la mañana siguiente me desperté con un pensamiento: el mundo debe saber que ser cristiano también cuesta la vida, sin embargo la fe te hace dar testimonio a pesar de la muerte.

Que Dios nos escuche, y que esta guerra termine pronto.

Alzamos las manos, rezamos, y clamamos: queremos la paz, queremos vivir sin guerra.