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Lo que no encontré en los Estados Unidos   versione testuale
Familia y carrera: el testimonio de Simeon Morrow


Habían transcurrido más de diez años desde que hubo dejado los Estados Unidos para recorrer el mundo en busca de su sueño, la música. "Trabajé como director de orquesta en Viena, Ámsterdam, Milán, - cuenta Simeon Morrow - tratando de aprender, mejorar, formarme y perfeccionarme a mí mismo. Un día mi padre espiritual, un sacerdote italiano, me aconsejó que regresara a los Estados Unidos. No sé por qué lo hizo, tal vez porque veía de alguna manera que esta etapa bohemia de mi vida estaba a punto de terminar. Lo cierto es que mi familia estaba pasando un periodo difícil y que necesitaba en ese momento, más que nunca, mi presencia viva, física, constante. Así que me fui en dirección a New Hampshire, hacia mi casa, pero sin trabajo, lejos del caos de la ciudad, en medio del bosque, entre árboles y pensionados. Ese mundo para mí no era nuevo, pero sin duda tenía que redescubrirlo y en todo caso desde que volví parecía que ya no había espacio para mí, había dejado todo y tenía que reconstruir mi vida ladrillo por ladrillo".
 
Al cabo de unos meses Simeon volvió a encontrarse con un amigo salvadoreño: "Me contó: - recuerda Simeon- que trabajaba como maestro en un coro formado por jóvenes ‘en peligro’ ya que vivían en barrios difíciles, controlados por bandas en perpetua rivalidad, sin familias detrás y sin ningún horizonte delante". La orquesta se llamaba "Don Bosco" y estaba en San Salvador: "No me lo pensé dos veces, me ofrecí para ir a dirigir una Misa en do mayor, Op. 86, de Beethoven". Desde la frontera de Texas hasta El Salvador hay tres horas de avión: "Pero era mucho más importante el esfuerzo que se me pidió en cuanto llegué a mi destino. Después de años de carrera y de soledad en el extranjero, tenía que ser plenamente hombre. 'Maestro, enséñanos', escuché decir a estos chicos, que me preguntaban si podían venir a las 8 para tener una hora más de lección conmigo. Puse a disposición de todos toda la sabiduría y los conocimientos profesionales que había duramente adquirido viajando por todo el mundo. La recompensa no se hizo esperar: después del concierto encontré a las familias (o lo que quedaba de las familias) de estos jóvenes y por un momento mi vida dejó de transcurrir en dos pistas paralelas: carrera y familia, alcanzando así una armonía perfecta e inimaginable, al igual que un río que hace fértil la tierra que toca. La música - mi trabajo - había sido capaz de reunir a los hombres y mujeres dispersos en el gran abrazo de una única familia".
 
 
 
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