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La Iglesia en Siria es frágil, se ha convertido en un muro de las lamentaciones», es el grito de alarma del Arzobispo maronita de Damasco, mons. Samir Nassar, en una carta dirigida al Pontificio Consejo para la Familia. La situación en Siria es cada vez más dramática. Se han intensificado los bombardeos y los raid. La elección de los cristianos sirios, dice el Arzobispo, es cada vez más «
morir o emigrar».
Se multiplica el número de personas que piden a la Iglesia protección o al menos ayuda para tener una visa y dejar el País. La guerra se extiende de un pueblo a otro, dejando destrucción y desolación, y los ataques golpean principalmente a los civiles, cristianos y musulmanes, sin excluir escuelas, hospitales e incluso ambulancias. En un raid del ejército en un suburbio de Damasco, el domingo 14 de abril, han muerto nueve niños. En Alepo, un coche bomba ha explotado en el centro de la ciudad.
«Se muere también por falta de medicos, por medicinas caducadas o porque faltan medicinas», escribe mons. Nassar. «Se muere por malnutrición o por enfermedades colaterales, como la diabetes, problemas cardíacos o de lactancia». Pero, emigrar es también morir, un morir lentamente», perdiendo la casa, la iglesia, la escuela, los amigos, el cementerio con los familiares sepultados. «Desarraigar al hombre de sus raíces es como envenenar el agua para beber». Y todo sucede en la «indiferencia y el silencio mundial ante este largo y pesado calvario». Muchos se sienten abandonados a un destino de muerte, sin poder ni siquiera emigrar.
Los refugiados sirios son ya más de cinco millones. Siria es «el cordero inmolado», en la inutilidad de una muerte en una guerra sin sentido. El consuelo ha venido de la llamada del Papa Francisco con motivo de la Pascua y de las oraciones de las Iglesia del mundo. La Iglesia siria se encuentra ante un terrible problema de conciencia, porque aconsejar permanecer puede significar dejar que vayan a la muerte «como un cordero mudo llevado al matadero», ayudarles a emigrar es como dejar la Tierra bíblica sin los últimos cristianos. Como consuelo, para los pobres hermanos en el calvario sirio, están las palabras del Salvador, en el Evangelio de Mateo: «No tengáis miedo, yo estoy con vosotros».