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La verdadera civilización   versione testuale
El cardenal Carlo Caffarra, Arzobispo de Bolonia, sobre matrimonio y adopciones



El card. Carlo Caffarra, Arzobispo metropolita de Bolonia, ha intervenido en el debate sobre el reconocimiento jurídico de las uniones de parejas del mismo sexo en matrimonio y la adopción de niños por parte de estas parejas.
 
En una Nota del 14 de febrero de 2010, el Arzobispo ya recordaba algunos principios de civilización de la razón, desde la visión cristiana: «Mientras la unión legítima entre un hombre y una mujer asegura el bien -¡no sólo biológico!- de la procreación y de la supervivencia de la especie humana, la unión homosexual está privada en sí misma de la capacidad de generar nuevas vidas. Las posibilidades ofrecidas hoy por la procreación artificial, además de no ser inmunes a las graves violaciones de la dignidad de la persona, no cambian sustancialmente la inadecuación de la pareja homosexual de cara a la vida. Al contrario, está demostrado que la ausencia de la bipolaridad sexual puede crear serios obstáculo al desarrollo del niño eventualmente adoptado por estas parejas. Este hecho sería semejante a la violencia cometida contra los más pequeños y débiles, que serían introducidos en un contexto no adapto a su desarrollo armónico».

El Comunicado del Card. Carlo Caffarra, 1 julio 2013
 
Lo que se ha profetizado, como destino inevitable del País a convertirse definitivamente en "civil" reconociendo a las parejas homosexuales el derecho a la boda y a la adopción, es una ligereza que cuesta poco: entre otras cosas porque no depende del alcalde. Pero eso no quita importancia a esta toma de posición pública por quien representa a toda la ciudad. ”Dónde deja al ciudadano que no por fobia sino con razones serias considera matrimonio a lo que ha sido definido así desde los albores de la civilización o mantiene que no se puede hablar de un derecho a adoptar sino del derecho de cada niño a tener un padre y una madre?

”De verdad este ciudadano, con su cultura y sus motivos, debe ser considerado incivilizado y fuera de la historia, condenado a sentirse extraño en su casa, porque no logra ir al ritmo del autodenominado progreso?

Naturalmente que habrá quien, llenándose la boca de la laicidad del Estado (¡que es algo mucho más serio!), nos acusará de querer imponer una doctrina religiosa. Pero aquí no entra la religión o el partido, homofobia o discriminación: son los fundamentos de una civilización extendida en todo el mundo y tan antigua como la historia, los que están siendo minados; y quizá no nos damos cuenta de lo mucho que está en juego.

Afirmar que homo y hétero son parejas equivalente, que para la sociedad y para los hijos no hay diferencia, es negar una evidencia que tener que explicarla es como para llorar. Hemos llegado a un oscurecimiento tal de la razón como para pensar que sean las leyes las que deban establecer la verdad de las cosas. A un tal oscurecimiento del bien común como para confundir los deseos de los individuos con los derechos fundamentales de la persona.
 
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