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A la fuente de la vida
Consejo Internacional del Instituto Juan Pablo II: "Antropología de la generatividad"



 El 27 y 28 de junio se ha celebrado el Consejo Internacional del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, que ha reunido en Roma, en la sede del Laterano, a los representantes de todas las secciones extraurbanas del Instituto, sobre el tema: "Antropología de la generatividad". Las dos mañanas se han dedicado a comunicaciones e intervenciones públicas. Han hablado sucesivamente.
 
- Jueves 27: Prof. F. Botturi, Prof. A. López y el Prof. M. Binasco
- Viernes 28: Prof. J. Granados, Prof. Sr. B. Rossi y el Prof. A. Chundelikkat
 
En su conferencia, el Vicepresidente de la sección central del Instituto, el Rev.do Padre José Granados, ha propuesto una relación titulada: “La generatividad: clave para una síntesis teológica”, evocando las relaciones padre/hijo y hombre/mujer. El prof. Granados ha afirmado: «La generación ofrece un punto de vista nuevo para acoger el valor específico de la diferencia sexual y de lo que aporta de peculiar al bien común. Cada generación humana lleva consigo la participación del elemento masculino y del femenino. De este modo se recuerda que la generación no puede ser reducida a la voluntad aislada del hombre, sino que se basa en una realidad mayor: el lenguaje primordial de la carne en el cual ambos, hombre y mujer, expresan su amor. Sólo cuando padre y madre acogen al hijo en el lenguaje de la diferencia sexual pueden salvaguardar este "más" que es específico de cada nacimiento y que evita al hijo ser reducido al deseo aislado de los padres. Eliminar la diferencia sexual en la generación significa acabar con la distinción entre hijo y siervo». La diferencia sexual aparece, así, como la señal que revela la pertenencia de cada vida humana al misterio de un Origen primordial, más allá del dominio del hombre. «Masculino y femenino son dos modos irreductibles, a través de los cuales la Fuente trascendente de la vida se hace presente en el hijo. Porque esta fuente única es representada siempre a través de dos, nunca puede ser identificada con el querer del padre o de la madre, permanece siempre en el misterio inagotable de su gratuidad, como fundamento del carácter singular de cada persona. La presencia plena, en la historia, de esta Fuente originaria de amor, presencia que confiesa la fe cristiana, requiere una transformación del mundo humano de generar, como nos enseñará la vida de Jesús».
 
El Secretario del Pontificio Consejo para la Familia, mons. Jean Laffitte, miembro del Colegio de docentes del Instituto, ha celebrado la Santa Misa en el Baptisterio de San Juan de Letrán, en la memoria litúrgica de San Ireneo, obispo y mártir, en la tarde del viernes 28 de junio. En la homilía, mons. Laffitte ha hablado del estupor de Abraham ante la promesa de Dios de darle una descendencia, a pesar de que la mujer Sara fuese de edad avanzada, casi centenaria. «El estupor procede de la conciencia de ser destinatario de una bendición particular: tener una descendencia que se convertirá en nación». Dios indica el nombre del hijo que será engendrado: Isaac, e incluso revela la fecha del parto, y promete establecer una alianza con su estirpe. «La promesa de fecundidad nos pone ante la exigencia de una respuesta de fe», afirmó mons. Laffitte. «A Abraham no se le pide creer que es posible ser padre o madre a los cien años, sino creer que Dios no puede incumplir sus promesas. La adhesión a la palabra de Dios vale más que cualquier explicación científica que pretenda explicar lo inexplicable». Hay una "racionalidad superior" en el acto de fe de Abraham, y por eso se convierte en "padre de todos los creyentes". «Nosotros, modernos, hemos sido invitados a aprender de Abraham que la palabra de Dios no puede ser sometida a una verificación científica de la que extraer reglas. El nacimiento de Isaac es un milagro, es decir una epifanía de la Omnipotencia de Dios, único dador de la vida. No ofende a la inteligencia humana el hecho de que el Creador de la naturaleza se muestre capaz de trascender las reglas que la guían, sólo por el motivo de que él mismo las haya establecido». Después, mons. Laffitte ha concluido: «Pueda nuestro empeño a favor del amor humano, del matrimonio, de la paternidad, de la familia, alimentarse en la fuente divina de la vida y de la fe».
 
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