“La esperanza de la familia” es el libro-entrevista realizado al cardinal Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que sirvió como eje directivo de la mesa redonda que tuvo lugar en estos días en la Universidad Europea de Roma acerca del tema “La esperanza de la familia – El Sínodo & después”.
“Uno de los puntos centrales del texto fue el tema de la fe. Vivimos en una época de secularización y de incredulidad, estas han provocado un debilitamiento de la percepción sacramental”, explicaba el purpurado citando la encíclica “Lumen Fidei” del Papa Francisco, dedicada al tema de la Fe, y la Constitución pastoral “Gaudium et Spes”, uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II, que trata, entre otros, del tema de la dignidad del matrimonio y de la familia.
Monseñor Livio Melina, presidente del Instituto Pontifico Juan Pablo II para los Estudios del Matrimonio y de la Familia, rememoraba un concepto empleado por el Beato Pablo VI: la Iglesia no inventa su doctrina sino que se hace la intérprete y la garante. “A todos aquellos que solicitan revisar los fundamentos de la fe para que sean más adaptables a nuestros tiempos – decía -, la Iglesia solo puede responderles: “¡Non possumus!”. “¡No podemos!”. El camino sinodal durará todavía un año, recordaba Melina, y en este camino el prefecto para la Congregación de la Doctrina de la fe será como “una brújula segura para no perderse en el débil pensamiento”.
“La crisis de nuestro tiempo – explicaba monseñor Luigi Negri, arzobispo de Ferrarra-Comacchio y presidente de la Fundación internacional Juan Pablo II para el Magisterio de la Iglesia- coincide con la crisis de la familia, y que al mismo tiempo refleja la crisis del hombre contemporáneo: la inexorable pulverización de la vida en un contexto de opiniones en conflicto. Cada vez es menor el esfuerzo del hombre para luchar contra sus instintos; la realidad se reduce a una serie de objetos manipulables sujetas a reglas de carácter tecnológico, el sentido del misterio desaparece casi por completo. La semilla de la nueva vida – concluía- debe ser cultivada sobre la base de la fe según el pensamiento de Dios y no según el pensamiento del mundo. El futuro es nuestro en la medida que seamos capaces de leer la vocación cristiana en su verdadera profundidad”.