"Nuestra comprensión de los cambios culturales que se han producido en el campo de la cultura de la sexualidad y de la familia ”está realmente a la altura del discernimiento necesario y de la sabiduría cristiana que la Iglesia puede y debe ofrecer?" A partir de esta pregunta monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, daba comienzo a una reflexión publicada hoy en el suplemento de Mujeres de la Iglesia Mundial del Osservatore Romano. "La celebración del Sínodo sobre la familia es una oportunidad única para profundizar la manera en que se recibe la revelación y así poder enriquecer la transmisión de la doctrina."
Dado que "muchos creyentes se quejan de que no se sienten comprendidos debido a las palabras y al tono de la predicación cristiana", monseñor Paglia escribe que “esta percepción de alejamiento debe de ser analizada en serio, con la inteligencia y el afecto del buen pastor, capaz de escuchar y de comprender, y poder así hacerse escuchar siguiendo las indicaciones del Evangelio. Necesitamos - escribe - encontrar palabras y acciones que sean portadoras de la verdad del Evangelio en la condición humana de este tiempo. Palabras y acciones que estén a la altura de las formas concretas de la vida y de la experiencia en las cuales los hombres y mujeres de nuestro tiempo deben de tomar sus propias decisiones: en lo que se refiere al ámbito afectivo a los compromisos y al ámbito familiar ".
Por tanto, la urgencia es "objetiva, no ideológica: si comparamos nuestra época con épocas anteriores la novedad es que la familia ya no es una realidad evidente. La cultura del mundo, le es desfavorable. Al mismo tiempo, es obvio que la estructura familiar aparece como el eje fundamental para el futuro de la propia estructura de la sociedad humana ". En esta perspectiva, continúa monseñor Paglia, "entra en juego la nueva vocación y misión de la familia, en la actualidad, tanto en la Iglesia como en el mundo. Al igual que la fe, el sacramento no es algo que se pueda imponer. El mandamiento divino del amor, de hecho, es algo más: es dar su asentimiento para iniciar un juego de azar, y nadie se siente a la altura si confía sólo en sus fuerzas. La gracia del sacramento no es un bendición decorativa, es una fuerza efectiva. El hombre y la mujer que están dispuestos a aceptar el desafío de un pacto duradero, un pacto matrimonial y familiar son por tanto, dignos de toda admiración y de todo honor. La Iglesia misma, como de hecho toda la comunidad civil, debería darles mucho más, por lo que cada día, desde siempre, recibe de ellos".