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Las mujeres, custodios de la verdad   versione testuale
Seminario de Estudios promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos, en Roma, en el XXV aniversario de la Carta Apostólica "Mulieris Dignitatem"



En el XXV aniversario de la Carta Apostólica "Mulieris Dignitatem" (15 de agosto de 1988), el Pontificio Consejo para los Laicos ha promovido en Roma un Seminario Internacional de estudios, sobre el tema "Dios confía el ser humano a la mujer" (del 10 al 12 de octubre de 2013). Ha introducido los trabajos el card. Stanislaw Rylko, Presidente del Dicasterio. Este documento -ha dicho el purpurado-, «a través de un profundo itinerario escriturístico, pone las sólidas premisas para formular el carácter específico e insustituible de lo que viene definido como el "genio femenino", una actitud propia de cada mujer y que aparece sobre todo en la Madre del Señor, esencial y determinante tanto para la Iglesia como para la sociedad humana».
 
«"Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn 19, 26). La palabra, que Jesús crucificado dice a la Madre, confiándole su discípulo predilecto, Juan, y con él a toda la Iglesia naciente, está ciertamente en el fondo d la gran intuición antropológica que el Beato Juan Pablo II ha puesto en el centro de la carta apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer "Mulieris Dignitatem": "Dios confía de forma especial el ser humano a la mujer» (cfr. n. 30), ha exhortado mons. Libio Melina, presidente del Pontificio Instituto "Giovanni Paolo II" para los estudios sobre el Matrimonio y la Familia, en la relación de apertura. Esta es la vocación "esencial" de la mujer: "custodiar lo humano", afirma mons. Melina, que cita un texto de "Sólo el amor es creíble" del teólogo suizo Hans Urs von Bathasar: «”Un mundo sin mujeres, sin niños, sin respeto al carácter de pobreza y de humildad del amor, en el que todo es visto en función del rendimiento y del poder y todo aquello que no rinde, que es gratuito, que no sirve, es despreciado, perseguido, cancelado", es un mundo en el que desaparece el carácter sacramental de lo creado y donde la fuerza del amor sucumbe al proyecto de dominio tecnológico total, en nombre de la eficiencia productiva y del poder». No sirve «una romántica exaltación del “eterno femenino”, que en el fondo enmascara un no superado machismo", declara el prelado. Una consecuencia de este dominio cultural “de lo masculino” es también "aquel clericalismo que aflige a la Iglesia como uno de los males antiguos y siempre nuevos». Entonces, «se trata, en cambio, de acoger la razón profunda de la reciprocidad y de la vocación específica, por la cual "Dios confía el ser humano de forma especial a la mujer». «Se puede acoger la profunda simbología de la diferencia sexual en el seno del misterio de la Iglesia y de su relación con Cristo, así como de la humanidad toda con Dios creador». Así, «la humanidad está siempre ante un Dios fundamentalmente "femenino", mientras refiriéndose a la relación entre Cristo Esposo y la Iglesia su Esposa, el misterio de la reciprocidad entre hombre y mujer es verdaderamente grande ».
 
En su intervención, Gabriella Gambino, jurista de la Universidad de Tor Vergata en Roma, hablando del derecho de familia, señala que «las recientes reformas, que sobre la línea de la indiferencia normativa por la diferencia de género configuran nuevas formaciones sociales, en realidad nada tienen que ver con el concepto auténtico de familia, donde los roles no están ya relacionados con la unión estable y definitiva o con la bipolaridad sexual, sino que han sido sustituidos por funciones afectivas y responsabilidades económicas reconocidas, pero frágiles». «Agregados sociales» son unidos arbitrariamente a nuevas definiciones de familia y matrimonio, en «una idea de familia resideñada y redefinida según los gustos personales, en la línea de un nihilismo que considera todo igual, todo "cultural", y por lo tanto todo transitorio y sujeto a cambio», denuncia la estudiosa. «Nosotras mujeres lo sabemos bien -concluye-: hay bienes negociables y bienes no negociables, dimensiones de nuestra identidad y de nuestra vida relacional que no son mercancía intercambiable ni producto comerciable. El valor de la vida humana desde su inicio, la tutela de la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, lugar natural y universal de estructuración de la identidad, de la educación de los hijos; valores humanos y jurídicos no negociables que, junto al ser humano, se nos han confiado. Para protegerlos, debemos aprender a reencontrar el sentido de la fragilidad humana, del sufrimiento por nuestros deseos no realizados; debemos saber mostrar a nuestros hijos valores claros y fuertes; debemos saber explicar que junto a lo justo existe el bien, y el verdadero "bien para mí" es el "bien en sí": aquella verdad de las cosas que no debemos nunca dejar de buscar».
 
 
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