Entre los miembros del Pontificio Consejo para la Familia, participantes en la reciente Plenaria del Dicasterio, estaban los cónyuges Naser y Amira Shakkour, de Israel. Nos dan su testimonio.
Dice Naser Shakkour: «En Israel, el matrimonio es sólo religioso, con efectos civiles, cada uno según la confesión a la que pertenezca. Para nosotros, católicos, está regulado por el Derecho Canónico. Hay una Corte de Justicia civil para la familia, ligada a las iglesias, que reconoce el divorcio a quien ha tenido la nulidad religiosa y regula las cuestiones económicas. También la mujer en dificultades, o que sufre violencia o abusos en familia, se dirige a la Corte».
La edad media del matrimonio entre cristianos es más alta que la de los otros fieles, hebreos o musulmanes: poco menos de 30 años para los hombres, 27 años para las mujeres. La media es de menos de dos hijos por familia, con un grado de instrucción bastante elevado. «Esto, por un lado, es un elemento positivo, por otro es a veces motivo de distanciamiento del resto de la sociedad. Aumenta, de hecho, la emigración, sobre todo hacia Estados Unidos, para buscar trabajo y una vida mejor». En Israel conviven pacíficamente hebreos, cristianos y musulmanes. «Los católicos son una minoría, cerca de 160.000 entre 7 millones de habitantes, y tienen problemas de identidad. Sólo en Jerusalén está el 50 por 100. Ni siquiera en las escuelas cristianas se estudia la historia de los cristianos de Israel; los cristianos son y se sienten una minoría, en la periferia de la ciudadanía».
El problema mayor que los católicos de Israel denuncian es el de este sentido de soledad, también en relación con la Iglesia como institución. «Las familias cristianas tienen dificultades para coordinarse entre ellas, para compartir experiencias, poner en común problemas y encontrar soluciones. Las monjas y algunos sacerdotes no hablan la lengua local, el árabe. A veces, entramos como extranjeros en los monasterios. Hay quien elige para los hijos nombres no identificables como cristianos». En este contexto -afirma Shakkour- «para nosotros, el Pontificio Consejo para la Familia es como el Monte Tabor, el lugar donde nos encontramos juntos como una sola familia cristiana, hermanos y hermanas con una sola madre Iglesia. La web del Dicasterio es como nuestra casa. Mi mujer y yo, por ejemplo, nos conectamos cada día a la web, para leer todo lo que se sube, las noticias sobre lo que ocurre en otras comunidades, los temas que se discuten, los problemas, los documentos, los análisis de expertos, para ver las entrevistas. Para nosotros, es muy importante, en el plano espiritual, pero también en el práctico, para guiarnos en la vida cotidiana, en las elecciones de cada día».
Nos explica: «Yo preparo muchas parejas al matrimonio, que vienen de Jordania, de Palestina, de Israel. Me doy cuenta de que no tienen figuras de referencia, con las que crecer en experiencia matrimonial. Faltan líderes espirituales, a los que dirigirse para compartir los problemas cotidianos de la familia y vivirlos a la luz del Evangelio, mientras existen muchos maestros». En el lugar de la antigua Galilea donde Jesús multiplicó los panes y los peces, hay un bellísimo mosaico, dice Shakkour. «Jesús nos pregunta a cada uno: ”Qué necesitas?, y después nos da el pan y el pescado. Así considero mi compromiso personal de fe: un pedazo de pan que la Gracia de Dios multiplica».