Somos una familia misionera de la Comunidad Canção Nova (Canto Nuevo); nuestra misión es la de formara hombres y mujeres jóvenes para un mundo nuevo. Nos llamamos Fred y Edilma y tenemos 3 niños: uno de ellos, pequeñito, ya está en el cielo, los otros se llaman Maria de Fátima (4 años) y Francesco Savio (1 año y medio).
Cuando nos casamos empezamos a vivir en San Pablo, Brasil; todo iba bien, los niños iban al colegio, vivíamos en un apartamento situado en un buena zona, cerca de los principales lugares de la ciudad.
Sucedió que a principios de este año, la comunidad nos envió en misión a Roma. Fue un shock: estábamos acostumbrados a vivir en San Pablo y a nuestra vida cotidiana. Es como cuando Dios dice a Abraham en Génesis 12: “Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre hacía la tierra que yo te mostraré”. Teniendo fe en la Palabra del Señor lo dejamos todo y nos pusimos en camino para llegar a una tierra extranjera.
Debimos de afrontar muchos desafíos, como cabía de esperar, llegando sin nada, pero en poco tiempo recuperamos todo: muebles de segunda mano y otros nuevos, juguetes, ropa, etc. En nuestros corazones siempre dimos gracias al Señor por su providencia que no dejó que nos faltase de nada.
En Roma comenzamos con nuestro trabajo de misioneros, los niños se adaptaron rápidamente, pero al cabo de nueve meses llegó una decisión de los responsables de la comunidad: teníamos que volver a Brasil.
¡Qué desilusión! ”Qué tendríamos que hacer ahora para volver a empezar una vida? Nuestra gran preocupación eran los niños, que en tan poco tiempo debían de volver a vivir otro cambio. Pero estamos seguros de que Dios es nuestro Padre y que no nos abandonará.
Cuando vimos los billetes de avión que nos habían enviado nos dimos cuenta de que solamente podíamos llevar tres maletas de 20 kilos cada una. Fue un error, pero en este error vimos la mano del Señor que nos llamaba a vivir de manera radical su Evangelio : No llevéis ni oro ni plata, ni calderilla en vuestros cinturones, ni alforjas para el viaje, no llevéis dos túnicas, ni sandalias, ni bastón para el viaje, pues el obrero merece su salario.
Así pues tomamos la decisión de llevar solamente las cosas necesarias para los niños, lo mínimo para nosotros y lo que no cabía en los bolsos lo dimos a los pobres; esto es lo que hicimos y la verdadera paz y alegría llenaron nuestros corazones. Esta fue para nosotros una oportunidad de poder ofrecer algo al Señor para las familias cristianas que tanto sufren y que son perseguidas en Medio Oriente.
Vale la pena el fiarse de Dios; Él cuida de nosotros y nos provee de todo lo necesario.