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Domingo después de Pascua o de la Misericordia   versione testuale


¡La paz sea con vosotros! no es un saludo para el futuro, sino la afirmación de que Él entre nosotros es nuestro presente, nuestra paz; es la única razón que permite a los discípulos de pasar del miedo a la alegría. Jesús lo repite, ya que, en la alegría de la paz, los discípulo están listos para partir a la misión que extenderá la presencia del Resucitado, el signo del Espíritu que trae la misericordia y el perdón, de la misma manera que en el principio de la historia había traído el aliento de la vida y la belleza en medio de caos.
 
Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús. De la misma manera que no estaban presentes todas las generaciones de creyentes que creerían en la Palabra recibida por medio de sus testigos. Por esta razón el episodio de Tomás es muy importante. Ante los testigos oculares (¡Hemos visto al Señor!) Tomás exige una prueba visible y tangible: si yo no lo veo y no meto mi dedo no creeré.
 
Jesús vuelve a aparecer ocho días después, se diría que vuelve por él, por Tomás. Un nuevo acto de misericordia, para que además de verlo; aún más: pueda tocar con la mano, literalmente, las heridas de la pasión. Y Tomás, en nombre de los creyentes que llegarían más tarde, hace su hermosa confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! La bienaventuranza de los que "no han visto y han creído" es una gracia, un don recibido y aceptado gracias a la fe que viene por medio de la escucha.
 
 
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