El Evangelio de Juan refleja que su autor es consciente de ser el último testigo ocular de la resurrección. El más joven de los Apóstoles, -probablemente vivió durante mucho tiempo-, sabía que todos los demás habían desaparecido y prepara la transmisión de la fe de los que han visto a los que, sin haber visto, creen en su palabra, ayudando a realizar el paso de la experiencia de los que han visto a los que no han visto.
Encontrar el sepulcro vacío es una confirmación importante. Las mujeres son las primeras que lo descubren. Sin embargo el testimonio de las mujeres carecía de valor legal: esto en sí sería un indicio de una memoria real y no de una invención. Sin el sepulcro vacío, los discípulos nunca hubieran creído en la resurrección de Jesús: un resucitado cuyo cuerpo todavía permanecía visible en la tumba habría sido algo absurdo e inimaginable. Ellos nunca hubieran podido anunciar la resurrección en Jerusalén: habrían sido cubiertos de vergüenza y ridículo. A pesar de que la tumba vacía por sí sola no es suficiente para probar la resurrección, es, sin embargo, una señal de que el Resucitado es el crucificado.
El amor atrae por su belleza; pero debe superar el escándalo del sufrimiento del mundo. En la historia de la humanidad siempre se ha dirigido al cielo una enorme pregunta, que a veces se convierte en rebelión y negación: ”Por qué el mal? ”Por qué lo permite Dios? El creyente sabe que no está solo en su sufrimiento; él sabe que una fuerza poderosa de liberación lleva adelante la historia de las personas y de los pueblos, incluso cuando es densa la noche del dolor, del odio, de la destrucción, de la angustia y de la muerte.