La “Carta de los Derechos de la Familia" celebra este año el trigésimo aniversario. El Pontificio Consejo para la Familia ha reeditado el volumen en la editorial Libreria Editrice Vaticana, en cinco idiomas (italiano, inglés, francés, español, portugués). En las próximas semanas, en la web del Dicasterio, presentaremos los doce capítulos del Documento junto a unos dibujos para niños de primaria.
El prof. Francesco Belletti, Presidente del Forum italiano de las Asociaciones familiares, con la mujer Gabriella, han comentado el Preámbulo.
«Antes de introducir el elenco de los derechos de la familia, la “Carta de los Derechos de la Familia" traza en el Preámbulo un detallado recorrido de la idea de familia, explicitando una serie de cualidades y criterios que caracterizan este lugar insustituible. Estos son "premisas" fundantes y no eliminables por su precisión para responder a las cuestiones siguientes, y tienden a purificar cualquier relativismo definitorio. Hoy, después de treinta años de historia, es aún más fuerte la urgencia de renovar la claridad sobre el significado mismo de la palabra familia, de defender el "genoma", también porque «hoy, en torno a la familia y a la vida, se lleva a cabo la lucha fundamental de la dignidad del hombre», como dijo Juan Pablo II en Río de Janeiro el 3 de octubre de 1997, con motivo del Segundo Encuentro mundial de las familias.
Por eso, el Preámbulo recuerda que «la familia está fundada sobre el matrimonio, esa unión íntima de vida, complemento entre un hombre y una mujer, que está constituida por el vínculo indisoluble del matrimonio, libremente contraído, públicamente afirmado, y que está abierta a la transmisión de la vida». Reconforta ver que estos aspectos encuentran una profunda sintonía con la definición que el antropólogo Claude Lévi-Strauss ha puesto en el centro de su ensayo sobre la familia en el libro Razza e storia e altri studi di antropologia (1952), citado por el Card. Ravasi con motivo de su intervención en el reciente VII Encuentro Mundial de las Familias, en Milán, en 2012: «La familia, como unión más o menos duradera, socialmente aprobada, de un hombre y una mujer y sus hijos... es un fenómeno universal, presente en todo tipo de sociedades».
La familia es, pues, un valor totalmente natural, profundamente humano; quisiera decir casi "laico", si esta palabra no estuviese tan corrompida al ser usada como sinónimo de "laicista", o peor, de antireligioso. Por eso, siempre en el preámbulo, se insiste en que «la familia, sociedad natural, existe antes que el Estado o cualquier otra comunidad, y posee unos derechos propios que son inalienables ... constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad ... donde se encuentran diferentes generaciones y donde se ayudan mutuamente a crecer en sabiduría humana».
La familia, "comunidad de amor y solidaridad" (espléndida definición, en su sinteticidad esencial), constituye pues un antídoto natural al individualismo y al egoísmo que amenazan destruir al hombre contemporáneo: es de hecho, sea un bien relacional o sea un lugar de generación de bienes relaciones socialmente relevantes, constituyéndose así como un lugar generador de capital social, de responsabilidad pública, de creatividad y fecundidad. Por esta naturaleza suya esencialmente relacional y gratuita, la familia está siendo atacada y a veces vacila bajo los golpes del hedonismo individualista y del relativismo, que cada vez más se difunden en el sentir común incluso en nuestro país. Se equivoca, pues, quien sostiene que la familia es un modelo social viejo o superado; al contrario, el pacto público de amor y solidaridad entre un hombre y una mujer constituye un actualísimo e insustituible sostén a toda sociedad humana, al que le está confiado no el pasado sino el futuro de la entera sociedad.
Si la familia es esto, entonces - siempre del Preámbulo – “la sociedad, y de modo particular el Estado y las Organizaciones Internacionales, deben proteger la familia con medidas de carácter político, económico, social y jurídico”. El Preámbulo constituye pues un gran desafío a la responsabilidad, sea de las instituciones o de cada familia: «las instituciones deben reconocer a la familia una titularidad plena, respetando su autonomía y subjetividad; a las familias corresponde la responsabilidad de hacer fructificar sus propios talentos».