El 10 de septiembre, el Observador Permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas, Mons. Silvano M. Tomasi, ha pronunciado un discurso sobre los niños y los conflictos armados, en la XXIV Sesión Ordinaria del Consejo de Derechos Humanos, con sede en Ginebra, que se ofrece a continuación.
Señor Presidente,
El flagelo del reclutamiento de niños soldados continúa hoy en muchos países, con unos 250.000 niños combatiendo en todo el mundo, de los cuales un importante porcentaje son niñas. La mayoría son reclutados a la fuerza y algunos son engañados con falsas promesas de salir de la pobreza extrema y la seguridad de una comida diaria. Sufren abusos sexuales, son obligados a matar, privados de los derechos humanos fundamentales y de un futuro normal.
Los niños soldado son un desafío para la comunidad internacional, que lucha para proteger a estos pequeños del impacto de la violencia. Como indicaba el Enviado Especial, es urgente parar el reclutamiento tanto de parte de los gobiernos como de los que no gobiernan, de forma que estos niños consigan superar las dificultades de su ambiente y tengan acceso a la instrucción y a una vida familiar normal.
La Santa Sede es muy consciente de estos hechos y subraya la importancia esencial para la vida social de una infancia sana, dado que "ningún país, ningún sistema político puede pensar en su futuro si no es a través de estas nuevas generaciones" (Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979).
Quien recluta a estos niños les impide desarrollarse y les roba el derecho a aprender la paz como modo de convivencia productiva en la sociedad y del derecho a gozar de la familia como escuela natural de paz y de sano crecimiento.
La legislación internacional ofrece una protección especial a los niños, pero la fractura entre la ley y su aplicación sigue siendo muy grande. Así vemos que estos niños sufren maltratos y mutilaciones; cuando tienen la suerte de sobrevivir, en su corazón ha sido inculcada la psicología dl odio. El respeto a la Convención sobre los derechos del niños y su Protocolo facultativo sobre la implicación de niños en conflictos armados (2007) puede contribuir en gran medida a remediar estos males, y la ratificación de este Protocolo facultativo debe ser una prioridad de los Estados que aún no lo han hecho.
Las organizaciones civiles y religiosas que trabajan para la aplicación plena de estos instrumentos merecen consideración y apoyo. En realidad muestran, a través de su actuación, el reconocimiento de la igual dignidad de los niños como seres humanos creados a imagen de Dios.
Sobre estos principios, es posible buscar nuevos modos para impedir el reclutamiento forzoso o voluntarios de niños para los ejércitos y desarrollar nuevos programas para su desmovilización y rehabilitación. Un elemento decisivo de este programa sería la fundación de centros donde los niños pudieran ser preparados para reintegrarse a la vida familiar y a la cotidianeidad social. Por su parte, la Iglesia católica, como hacen otras organizaciones religiosas y de voluntariado, está comprometida en sostener con especialistas y en supervisar esta violencia, ofreciendo incluso alimentos, ropa, educación, junto a apoyo psicológico y otros servicios para tratar los traumas, junto a un acompañamiento espiritual y la reconciliación con las familias.
El vínculo entre la extrema pobreza y la ruptura social facilita los conflictos y la captación forzada de los niños por los grupos armados. Por eso edificar un ambiente protector para los niños requiere desarrollo económico y social y, sobre todo, acceso a la instrucción y a la formación de una opinión pública que valore a los niños y se implique en su futuro. Entre los pasos prácticos para llegar a esos objetivos son necesarios: monitorizar cuantitativamente el reclutamiento infantil, valorar el grado de respeto a la legislación internacional y humanitaria, elevar a 18 años la edad mínima del reclutamiento de parte de los Estados, dar a los niños el conocimiento, la habilidad y la capacidad técnica para un eventual trabajo, y reforzar los vínculos de la vida familiar.
Señor Presidente,
La sociedad no debe permitir que los talentos y energías de los niños y jóvenes sean empleadas en perseguir objetivos de destrucción, sino que debe contribuir para que se concentren en el bien común y en la construcción de una cultura de paz, diálogo y solidaridad. Es indispensable, para llegar a eliminar la plaga social de los niños soldado, que se siga trabajando para conseguir la paz. En esa búsqueda, "las religiones pueden y deben ofrecer preciosos recursos para construir una humanidad pacífica, porque ellas hablan de paz al corazón del hombre" (Papa Benedicto XVI, Visita pastoral a Nápoles, y Discurso a los Jefes de las delegaciones participantes en el Encuentro Internacional por la Paz, 21 de octubre de 2007).